Dejar los pañales es un hito en el desarrollo subjetivo y psíquico de los niños, que no ocurre de cualquier forma y en cualquier momento.
Por un lado, los niños tienen que haber alcanzado cierto desarrollo neurológico y madurativo que les permita entre otras cosas, tener control sobre su musculatura. Esto suele ocurrir a partir de los 2 y hasta los 6 años de edad. No hay un tiempo y momento único, cada niño está listo en momentos distintos.
Pero el control de esfínteres también está íntimamente ligado a lo emocional, lo vincular y lo social. En ése momento de sus vidas el vínculo más importante que los niños sostienen, suele ser aquel que tienen con sus figuras de apego (mamá, papás u otros).
Que nuestros hijos dejen en el pañal y la forma en que lo hagan depende en parte de ellos, de su desarrollo madurativo, pero también de nosotros, de como los acompañamos y de la posición que tengamos frente a dicho proceso.
Acompañar NO ES adiestrar o entrenar. Entrenar es utilizar métodos para conseguir que el niño no se moje y adquiera el control de su músculo esfínter. Métodos que van desde dejarlos sentados una hora cada determinado tiempo, hasta los premios o violentos castigos. Entrenando a nuestros hijos, lo que estamos haciendo es quitándoles autonomía y decisión sobre su propio cuerpo. Dejándolos que como objetos se amolden a nuestro deseo autoritario, sin escuchar sus necesidades.
Acompañar implica considerar al niño como el sujeto central del proceso, teniendo en cuenta sus tiempos, sus necesidades, deseos y dificultades. Implica involucrarnos para estar cerca cuando nos necesitan, para ofrecernos como guías y como apoyo emocional. Escucharlos, ser capaces de observarlos y saber si están listos.
Acompañar es entender que puede haber fugas, que no todo es perfecto, que cada niño tiene momentos distintos y que no hay fechas límites ni climas ideales.
Dejar el pañal no es solo alcanzar un estado madurativo que permita controlar, es entre otras cosas, pasar a adquirir una norma social y cultural. No se puede hacer todo en cualquier lugar y cuando yo quiera.
Es pérdida (pierdo algo de mi), pero también ganancia (gano autonomía). Es retener y controlar, no solo las heces, sino mi cuerpo, mi instinto, mis frustraciones y decisiones.
En el proceso se juegan el amor y la demanda hacia el otro, dependencia vs. autonomía. El control por la palabra, el control del cuerpo, el control de quienes me rodean (cuantas mamás no nos sentimos sumamente controladas por nuestros hijos que nos demandan compañía cada 5 minutos para poder ir al orinal a “ver que pasa”). Se juega el bebé que fui por el niño que me estoy convirtiendo (a muchos les gusta jugar a ser bebés). Poder decir y decidir (si hago ahora, no hago).
Dejar el pañal es un proceso que puede durar de 1 semana a varios meses. Como muchos otros procesos que acompañamos con nuestros pequeños, implica que los adultos (las mamás) pongamos el cuerpo a disposición de soportar la demanda de ese hijo que nos necesita cerca para sentirse seguro y desde ahí poder alejarse.
Nos necesita para soportar la ambivalencia de la pérdida y la ganancia, para decirle que puede y que lo queremos, aunque no pueda. Acompañar es limpiar una y mil veces sin quejas, con aguante. Es escuchar, es leer cuentos de pañales y cacas, es encontrarse que se escapó un pis encima de nosotros. Es saber que se trata de un ir y venir.
Acompañar es respetar, es enseñar el camino y esperar a que se pueda tomar, es ayudar, es querer. Es no dejar a nuestros hijos solos ante tremendo paso.
Hay una frase hermosa que aplica a muchas cosas de la crianza:
“Quítale a tus hijos el pañal, con el mismo amor con que se lo pusiste la primera vez.”