¿Qué hacemos con nuestra autoestima como adultos?

Cada vez son más las personas que consultan porque quieren “mejorar su autoestima”. Se sienten inseguros, se evalúan negativamente y ​​creen que no son lo suficientemente buenos.  

La autoestima tiene que ver con la imagen  y la opinión que tenemos de nosotros mismos. Es mucho más  que los altibajos que atravesamos en nuestras vidas cotidianas. Es el conjunto de percepciones, pensamientos, evaluaciones y sentimientos dirigidos hacia nosotros, nuestro cuerpo, nuestros rasgos de carácter y nuestra forma de comportarnos.  La autoestima habla de que tanto quiero o no eso que creo que soy, o creo que tengo. 

En resumen, la autoestima tiene que ver con el autoconcepto, que es la forma en la que me evalúo y con la imagen, la forma en la que me veo a mí mismo.   Si esa evaluación tiene un resultado favorable seguramente me querré más y tendré mejor autoestima, pero si dicha evaluación no tiene un buen resultado entonces probablemente no querré eso.  

El gran problema de la autoestima, es entonces, un problema de evaluación y de imagen.  Para evaluar, tengo que tener un punto de partida, algo que está bien con quién comparar y algo que no lo está. Tengo que tener una imagen de mí, a la cual evalúo. Necesito verme desde algún lado. Pero por el simple hecho de que nuestros ojos están en nosotros,  en realidad nunca nos vemos a nosotros mismos más que en sueños o en reflejos. Ese reflejo puede estar dado por un espejo o por otra persona que nos hace de espejo y nos dice lo que ve.

Formamos nuestra  imagen, en compañía y con ayuda de otros. Especialmente de otros importantes, por ejemplo los padres.  Según cómo nos ven o nos han visto, como nos hablaron, qué expectativas están puestas en nosotros, que nos han dicho de cómo somos o del lugar que hemos ocupado en su vida. 

Todo eso se transmite a nosotros como un reflejo en el espejo y nos ayuda a construir una imagen de nosotros. ⁠

⁠Pero el gran engaño está en que la mirada de los otros, lo que dicen y ven los otros acerca de nosotros,   está sesgado por su propia historia de vida, su forma de ser, sus ideas, sentimientos y expectativas. Y no es necesariamente una verdad acerca de nosotros. ⁠ 

Hay un dicho que siempre le comparto a mis pacientes, porque  aclara muy bien este punto: 

“Lo que Pedro dice de Juan, habla más de Pedro que de Juan.” 

Hay padres que ven en sus hijos una extensión de ellos y esperan que hagan todo eso que ellos no pudieron lograr. Entonces sus hijos se sienten presionados y muchas veces frustrados por no poder alcanzar las expectativas que se les transmiten. ⁠Estos hijos entonces se evalúan negativamente, piensan que hay algo que no está bien en ellos y tienen poca estima de sus logros, de su forma de ser,  de su vida.  Pero el  verdadero problema es que  por mucho tiempo han creído como verdad y como valioso,  eso que sus

padres han esperado de ellos y han perdido de vista lo que ellos mismos han logrado. 

En este sentido, la autoestima depende en cierto grado del amor de los otros, de lo que otros nos han dicho, de como nos han tratado… pero también de nosotros. De qué es lo que elegimos creer o no de lo que otros dicen o ven. 

Cuando somos niños, necesitamos esa mirada del otro para construir nuestra identidad. Y si  hemos tenido suerte ese otro nos ha mirado con buenos ojos y nos ha ayudado con sus dichos cariñosos, con sus palabras de aliento y con su amor a construirnos una autoestima fuerte. 

Y si no tuvimos suerte, ¿qué hacemos con nuestra autoestima como adultos?

Cuando somos adultos,  es momento de desprenderse de esos dichos de los otros para construir nuestros propios dichos.   

Es momento de dejar de evaluarse con medidas que no reflejan tu realidad.  De dejar la autoexigencia que te frena,  porque cuando te exiges demasiado y no lo logras, entonces te evalúas mal.  Es momento de dejar los ideales de lado, porque lo ideal no es lo real y lo ideal es siempre inalcanzable. 

Es momento de ponerse en acción y de ver con otros ojos eso que sí puedes hacer, que haces todos los días. 

Es hora de reconocer que es de humanos fracasar, tener fallas, equivocarse, no hacerlo todo bien…te hará sentir mejor.  Y también es hora de reconocer que algunas cosas no las haces tan mal. 

Debes saber  que eres lo que has vivido. Tu cuerpo, tu forma de ser, tus logros y fracasos, son el reflejo de tus experiencias, de lo que te ha pasado  y lo que te rodea. No es ni mejor, ni peor que nada ni nadie, es tuyo. Recuerda esto especialmente si eres mamá, las marcas que dejó la vida que concebiste son tuyas y hacen a tu experiencia  en la maternidad. Es normal que tu cuerpo no sea el mismo, y no pretendas que lo sea. O que sea igual que el de otras. Tu cuerpo cambió porque tu vida también lo hizo. 

Aprende a darte valor desde la  diferencia, eso que te hace diferente también te hace especial. Deja al crítico interno, y deja de pensar que  los otros te evalúan todo el tiempo.  ¡No eres el centro del mundo, eres libre de hacer lo que quieras y como puedas!  Y los otros son libres de decir lo que quieran, pero eso no quiere decir que digan la verdad acerca de tí.

Rodéate de gente que te trate bien, que te hable bonito, que sea respetuosa y educada. Que te escuche y que de valor a lo que dices y haces.  

Y por favor ¡Deja de compararte! No eres igual que nadie, nunca lo serás. Cada uno hace lo que puede con lo que tiene y con lo que le tocó en la vida,  y eso está bien.  

Recuerda: realizar una consulta psicológica puede ayudarte a superar eso que te hace sentir mal y mejorar tu autoestima.


Natalia Sladogna. Psicóloga

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